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  El Hombre Universal
El Hombre Universal

Bibliografía: Extracto del libro “La Danza Final de Kali” (El Nuevo Orden Mundial”. Editorial Ibn Asad.

 

El Hombre Universal como principio tradicional: Como ya se ha visto, el “nuevo hombre” del Novus Ordo Seclorum resulta ser “nuevo” porque está insertado en el tiempo lineal (recuérdese Capítulo 1). De hecho, la visión de “humanidad” (no sólo en el marxismo, sino en todo pensamiento moderno) se define a sí misma como “histórica”. Peor aún: el “nuevo hombre” se proyecta útilmente en un futuro siempre inmediato (tan inmediato como la zanahoria colgada que sigue un burro). Eso basta para saber que ese “nuevo hombre” no es un principio, pues los principios (en su sentido metafísico), no están circunscritos al tiempo, son preexistentes, y –no sobra decirlo- prescinden de hacerse novedosos.

Todas las tradiciones (repetimos incansablemente: todas las tradiciones) expresan un principio metafísico de humanidad, que conformaría la esencia (“esencia” en contraposición a “substancia”), el “nombre” (en sánscrito, nama), “lo humano” dentro del ser humano. Por lo tanto, estamos hablando del principio que haría posible la manifestación humana, tanto en toda su vasta visión integral, como en la parcial perspectiva de cada individuo humano. Se trata –con todo rigor- de un principio, el “principio de lo humano”, y casi todas las tradiciones lo expresan –cada una en su lengua sagrada- como “El Hombre Universal”.

Para que el moderno lo entienda mínimamente, diremos que este Hombre Universal no es una “abstracción” (tal y como a los psicólogos les gusta decir), como tampoco es una “idea” (no en su sentido filosófico moderno). El “Hombre Universal”, en lenguaje occidental, sería un “inteligible” al modo que se entendía en ciertas corrientes de filosofía clásica. Y siendo un “inteligible”, sería mucho más que eso. El Hombre Universal aparece ya explícitamente en la tradición extremoriental más antigua, y su contenido doctrinal se extiende integralmente por todas las tradiciones. Incluso, desde una perspectiva histórica, la “última” expresión tradicional, el Islam, guardaría ese principio no sólo en su contenido inmaculado, sino con su misma expresión formal, es decir, “El Hombre Universal”, en árabe, “Al-Insan Al-Kamil”.

El Hombre Universal fue un principio de suma importancia en doctrinas esotéricas extremorientales (es decir, lo que se acostumbra a llamar taoísmo), de la misma manera que Al-Insan Al-Kamil es un principio de suma importancia en doctrinas esotéricas musulmanas (es decir, lo que se acostumbra a llamar sufismo, cuando se podría llamar con más propiedad “tasawwuf”). Poco importa en árabe, en griego, en sánscrito, en hebreo, en pali, en arameo, en chino o en otra expresión humana, el Hombre Universal es –desde y para siempre- un principio metafísico esencial, no afectado por los accidentes substanciales, y por lo tanto fuera del dominio temporal. No es ni necesita ser “nuevo”, de la misma forma que tampoco es viejo: es un principio tradicional, y su expresión se apoya en dicha tradición inmutable en esencia (sanatana-dharma), y adaptable bajo formulaciones efectivamente autorizadas.

En la expresión indoaria, el Hombre Universal se correspondería a Manú, el cual no es un “hombre mítico” (al modo que lo interpretan los orientalistas modernos), como tampoco un hombre histórico, o peor aún, una “leyenda”. El Manú hindú o manava sería el principio del hombre que expresa no sólo su cualidad como tal, sino su lugar en el equilibrio cósmico que se designa como dharma. La “ley de Manú” no sería una “ley social”, ni un “derecho”, ni algo comparable a una “legislación” como la entiende el moderno (tal y como hizo el tonto de Nietzsche en su “El Anticristo”). Sería la ley regente entre el cosmos y el hombre.

Quien transmite esa ley –y la expresa según las circunstancias- es el manava (literalmente, “el que posee la facultad mental, manas” -en inglés, man en definitiva, el hombre). En ciertas expresiones pertenecientes a lo que se acostumbra a llamar el tantrismo, el Hombre Universal se expresaría con términos como mahavira, mahayogui, purusha, shiva, adinath… todos ellos corresponden –según el contexto- a ese mismo Hombre Universal. En muchas de esas expresiones, este principio es “descompuesto” en teorías que estructuran su integridad en siete niveles. Esos mismos siete niveles son los mismos (con algunas diferencias de expresión secundarias) que los siete niveles que la Cábala (o mejor escrito, Qabbalah) articula en la doctrina del Adam Kadmon, que no sería otra cosa que el “Hombre Universal”. Más adelante, nos apoyaremos en la autoridad de estas dos expresiones tradicionales (el Tantra saiva expresado en sánscrito y la Qabbalah del pueblo sefardí expresada en hebreo) para exponer –y denunciar- la inversión del principio aquí tratado.

Por ahora, estas generalidades sirven para demostrar lo que este libro ya ha demostrado una y otra vez: el Novus Ordo Seclorum no es más que una inversión paródica de la tradición primordial. Todos los principios verdaderos son deformados, pisoteados y finalmente invertidos en su contenido para expresar una útil impostura: la doctrina luciferina de la modernidad. Todo en ella es falso, todo en ella es enfermo. Nada en ella es verdadero, nada en ella es humano. Por ello, la “novedad” que este proyecto esquizofrénico propone al ser humano es romper con su cualidad que lo da nombre. Esa supone ser la invertida pretensión del Novus Ordo Seclorum con respecto a lo humano.

Carácter anti-tradicional del “nuevo hombre”: Esa concepción “social”, “secular”, “histórica”, y “evolutiva” de toda ideología moderna, supone ser la torpe inversión del principio universal, atemporal, esencial y sagrado de lo humano. Se trata –por lo tanto- de una agresión al ser humano y a su tradición, y así se presentarán todas las concepciones modernas: rabiosamente antitradicionales.

Zbiegniew Brzezinski, un repugnante politólogo con pretensiones de filósofo futurista moderno lo dejó bien claro a lo largo de su obra “The Technotronic Era” en 1972: “La era tecnotrónica involucra la aparición gradual de una sociedad más controlada. Tal sociedad será controlada por una élite no contenida por los valores tradicionales.” La última frase de esta cita delata la contradicción de la infrahumanidad: ¿”Valores no tradicionales”? ¿Qué valores son esos? El progresista (y el propio Brzezinski) responden: “son valores nuevos”.

Nosotros contestamos: si son “nuevos” no son valores; son valores impostores, valores impuestos, valores sin valor. El “control de la sociedad” moderna se impone no por el “valor” (muchos menos el humano), sino por la cobardía y la impostura de la fuerza infrahumana.

Este carácter anti-humano (también anti-tradicional, pues serían términos casi sinónimos) se evaluará con más precisión con la gestación de dicho engendro. Si la concepción del “nuevo hombre” se expresó en la visión histórica de la filosofía moderna, su gestación se llevará a cabo a través de la visión evolutiva de la ciencia moderna. Si la concepción del “nuevo hombre” fue una teoría social, su gestación se perpetuará a través de técnicas sobre el mismo individuo humano. Si la concepción del “nuevo hombre” es la abstracta falacia que da pretexto de existencia a la ideología progresista, la gestación del “nuevo hombre” necesitará de las aplicaciones tangibles de la modernidad: la tecnología.

Gestación del “nuevo hombre”: la tecnología transhumanista

Para el proyecto moderno, las “concepciones teóricas” (lo que ellos llaman inapropiadamente “filosofías”), son “abstracciones” (así dicen) que tienen sólo validez si arrojan algo tangible, concreto y práctico. En efecto: el “nuevo hombre” no es sólo la elucubración de todo pensamiento moderno, sino que también es algo que se está gestando, que se está produciendo técnicamente. Ya en el Capítulo 3, se citó a Charles Darwin, que formuló la base de toda concepción científica moderna, a saber, el “evolucionismo”. Pues bien, el “evolucionismo” será la falaz progresión biológica donde se insertará la gestación del “nuevo hombre”. También se leyó en ese mismo capítulo, que el primo de Charles Darwin, Francis Galton, concibió una “nueva ciencia” que busca “acelerar” dicha “evolución” en el ser humano. Veamos: el científico moderno no sólo se atreve a teorizar una “evolución” en base a una progresión cuantitativa en una escala caprichosa que determina qué es “mejor” o “peor” en el ser humano, sino que también se atreve a actuar técnicamente para “acelerar”, “mejorar”, “controlar” dicha falaz evolución. ¿Pero cómo acelerar un proceso que no existe? Las herramientas técnicas de toda esta locura serán las tecnologías, y dichas tecnologías (también, “nuevas”) son los medios de gestación del “nuevo hombre” conceptual visto en el apartado anterior.

Por lo tanto, si se gesta un “nuevo hombre”, el “antiguo hombre” (es decir, el de hoy) será un mero pasaje de tránsito evolutivo. Ese “tránsito” entre lo humano no deseado y el “post-humano deseable”, será lo que los mismos ideólogos modernos futuristas designarán como “transhumanismo”. El biólogo y eugenista Julian Huxley parece ser que fue el primero en utilizar dicho término –transhumanismo-, aunque tampoco hay que prestar especial atención a los neologismos modernos que cambian y se renombran según las circunstancias. A fin de cuentas, el transhumanismo se define a sí mismo (“The Transhumanism FAQ”, 1999), como “el movimiento intelectual y cultural que afirma la posibilidad y el deseo de mejorar fundamentalmente la condición humana a través de la razón aplicada.”

Si se vuelve atrás en el libro, y se lee la definición galtiana de eugenesia del siglo XIX (Capítulo 3), no se encontrarán muchas diferencias: “mejorar la condición humana” supone “mejorar o menoscabar” los aspectos “indeseables” de la misma. ¿No es así? ¿Por qué toda esta gente parece ser la misma y dicen lo mismo a lo largo de más de cien años? Pues porque son la misma gente: el primo de Sir Francis Galton, Charles Darwin, fue amigo y colega académico del miembro de la Sociedad Eugenista, Sir Thomas Henry Huxley, que fue el abuelo de Julian Huxley, que utilizó por primera vez la palabra “transhumanismo”, y que fue hermano de Aldous Huxley, autor del clásico futurista, “Brave New World”, que supondrá ser un referente literario clave del “futurismo” de todo el resto de siglo XX. Se trata de una misma gente con una misma premisa: la ciencia aplicada al servicio de la “evolución” del ser humano; en definitiva, intervenir activamente en “una mejora” de la condición humana, es decir, hacer un “hombre nuevo”, no ya sólo como “ideal social” (como se vio anteriormente), sino como individuo concreto que aspira a nacer como “posthumano”.

Y así lo llaman: “post-humano”. Según el ideólogo transhumanista Raymond Kurzweil, “la evolución biológica es muy lenta para la especie humana”. Esta cita delata algo bastante sospechoso: cuando un “proceso” se valora como lento, sólo se puede hacer con respecto a la previsión de culminación de dicho proceso, o con referencias temporales con otro proceso paralelo. ¿Por qué tanta prisa “evolutiva”? Hay que llegar a tiempo a una cita: el nacimiento del “nuevo hombre”. ¿Qué herramientas se tienen para gestar ese requisito? La tecnología, o con más precisión, las “nuevas tecnologías”.

El transhumanismo aboga por una sinergia científica alrededor de la “superación de lo humano”. ¿Dónde va a ubicarse el origen de esta “comunidad científica” autodenominada “transhumanista”? ¿Se recuerda la región del mundo donde irrumpía el cuerpo infra-material expuesto en el Capítulo 2? En los países occidentales. ¿Se recuerda en qué país con mayor explosión? En Estados Unidos.

¿Se recuerda incluso en qué ciudad de manera más horrorosa? En Los Angeles, la capital del cine, de la industria del sexo, de los neo-espiritualismos, de la onda pop de los beatniks, los hippies, The Doors, del satanismo, de la cirugía plástica, de Beverly Hills, del Showbusiness, del bodybuilding, del origen del SIDA… Los primeros científicos autodenominados “transhumanistas” se arremolinarán alrededor de la Universidad de California, en la década de los sesenta y setenta.

Allí, un tipo que se hizo llamar FM-2030 (ése es su nombre; no es un dial de radio, ni un computador) hace apología de “nuevos conceptos de lo humano”, y un buen puñado internacional de científicos lo respaldarían. Sin embargo, no será hasta la revolución tecnológica de los ochenta cuando el transhumanismo se organiza con diligencia a través de la formación de fundaciones privadas, organizaciones no gubernamentales, organismos internacionales, departamentos universitarios, y –sobre todo- institutos con asombrosos presupuestos como el Foresight Institute o el Expropian Institute. Las nuevas técnicas de las aplicaciones científicas se conjugan para “trascender la condición humana”: biotecnología, informática, nanotecnología, bioquímica, criónica, neurocirugía… todo interesa al transhumanismo si puede hacer de lo humano, algo “más que humano”, tal y como dijo Ramez Naam.

Con el desarrollo de las tecnologías se aspira sin ningún tipo de complejo a “cambiar la naturaleza fundamental de los seres humanos” (así anunció recientemente Raymond Kurzweil, en “The singularity is near”). Con la llegada del siglo XXI, el transhumanismo se repliega y se concentra en WTA (World Transhumanism Association, fundada en 1998), una importante, poderosa y multimillonaria fundación –definida como “filantrópica” y “científica”- que está claramente vinculada, no sólo a muchos departamentos universitarios de Estados Unidos y Europa, sino también a grupos de massmedia (reléase Cap. 13), editoriales, corporaciones tecnológicas… y a Google, y a la Bill & Melinda Gates Foundation, y a la Rockefeller Foundation, y a la NASA… ¡y al Departamento de Defensa de los Estados Unidos! A través de nombres como Nick Bostrom o David Pearce se puede comprobar que el transhumanismo no es (sólo) una pretensión de un grupo de científicos chalados; es una amenaza en la que están envueltos grupos financieros internacionales, grandes corporaciones, departamentos de defensa y grupos de poder privado.

Actualmente existen múltiples programas de investigación transhumanista en las diferentes ramas técnicas (biotecnología, nanotecnología, neurotecnología…) Quizá el programa con implicaciones más profundas sea el abierto por las teorías y trabajos de Marvin Minsky y Hans Moravec, que pretendería “transferir la personalidad a un sustrato no biológico”, es decir, un soporte informático. Así, se aspira “con muchas posibilidades de éxito” a fusionar la “consciencia” (o lo que la confundida psicología moderna llama así) con el hardware informático, tal y como expone el académico transhumanista Sandberg Anders en su obra “Uploading”. ¿Se puede introducir lo que los psicólogos llaman inapropiadamente la “personalidad de un ser humano”, en un soporte informático? Los científicos transhumanistas responden: “Sí, se puede. Y estamos trabajando en ello.”

 

La fusión cerebro-hardware supondría el éxito de la cibernética desde una doble perspectiva: hombres con componentes informáticos en su estructura biológica, y computadoras con “consciencia” y “personalidad” al modo humano que define la psicología moderna. Así, la neurotecnología, la biotecnología, la biónica darían pie –en efecto- a una “nueva” forma de vida, que plantearía problemas inéditos hasta ese momento.

Pero el transhumanismo no sólo se queda ahí. El “nuevo hombre” de la gestación tecnológica moderna no sería sólo un ciborg al que hay que esperar para ver en un futuro, mientras colocan chips a sordos, ciegos, ancianos y enfermos mentales. Existe una corriente transhumanista paralela a la biónica de Eric Drexler y otros, que piensa que el “post-humanismo” se alcanzará no tanto con la biotecnología informática (es decir, los “hombres-computadora”), sino con la ingeniería genética, o con una combinación de ambas (tal y como el propio Kurzweil defiende). Según Gregory Stock, el post-humano se alcanzará con la modificación de los genes antes de que el ser humano nazca.

Desde esta perspectiva, se modificaría la estructura genética para “mejorar el nacimiento”. “Modificar los genes para mejorar el nacimiento”, es decir, para garantizar un “buen nacimiento” supone ser la misma etimología de la palabra “eugenesia”. ¿Coincidencia etimológica? No sólo las palabras coinciden. Se puede seguir el rastro dejado por la eugenesia de principios del siglo XX (científicos, universidades, fundaciones…), y encontrar los mismos nombres propios en la vanguardia genética del siglo XXI. Este rastro común se puede ilustrar con rotundidad con los patrocinadores de estas investigaciones. ¿Quién hizo posible la Eugenics Record Office en 1910? La familia Rockefeller. ¿Quién hizo posible la primera Conferencia Internacional de Eugenesia en Londres? La familia Rockefeller. ¿Quién hizo posible los viajes de eugenistas norteamericanos a la Alemania nazi? La familia Rockefeller. ¿Y quién hizo y hace posibles los programas de ingeniería genética, la vanguardia reprogenética del siglo XXI, o el infame “Programa Genoma”? La familia Rockefeller.

La eugenesia y el transhumanismo genético es una única y misma cosa, no sólo en su etimología, no sólo en sus definiciones y conceptos, sino también en la comunidad científica, política y financiera que es responsable de ella. Sin embargo, como la vanguardia científica del siglo XXI quiere evitar a cualquier precio toda relación con la palabra que designaba a la vanguardia científica de principios del siglo XX (es decir, la eugenesia) se inventan otra palabra para salir del paso: “reprogenética”. Entonces, se les puede hacer la pregunta: “¿Ustedes no son los mismos tipos a sueldo del mismo jefe que desarrollaron la eugenesia?”. Y ellos responden: “No, es que esto no es eugenesia. Es reprogenética, ¿entiendes?” Esta desfachatez permite que estas cuestiones no trasciendan públicamente, y de hacerse públicas, es por medio de una abyecta divulgación científica apoyada en un massmedia propagandístico que se vanagloria de los “adelantos de la ciencia” y de las “maravillas tecnológicas”. Mientras el hombre moderno se queda con la boca abierta leyendo revistas de divulgación científica, viendo documentales de TV por cable, comentando videos científicos en youtube, nadie se atreve a decirle lo que están haciendo con él sin su consentimiento.

Nosotros tenemos valor para decírselo: Están haciendo una cosa nueva que finaliza la función del ser humano. ¿Cuál es la materia prima para fabricar esa cosa? Tú. Nos hacemos cargo de lo difícil que es digerir todo esto, sobre todo después de haber sufrido una profunda programación mental a través de las distorsiones malintencionadas del cine de ciencia-ficción de Hollywood, los comics, la “cultura pop” (¡existiría hasta un ciber-punk!), la música electrónica, los videojuegos de Sony Playstation y Nintendo… Sin embargo, así es, y así está siendo: el “nuevo hombre” del proyecto de la fuerza infrahumana se está gestando por medio de las aplicaciones neo-tecnológicas.

Ya existen y están divulgados chips minúsculos que se inyectan y operan bajo la piel humana. Ya existen y están divulgados dispositivos nanotecnológicos de funcionamiento microscópico que funcionan en el organismo humano. Ya existen y están divulgados soportes biotecnológicos integrados en enfermos y discapacitados varios. Ya existe y está divulgada la posibilidad tecnológica de la modificación genética de “niños a la carta”. Ya existe todo esto, y aun con todo, no es sino una ínfima parte de la actual amenaza a la cualidad humana. Un referente “filósofo” de este infame transhumanismo –quizá el más importante-, el ya citado Ray Kurzweil, vaticina una singularidad tecnológica que irrumpiría –según él- en algún momento de la primera mitad del siglo XXI, y que –literalmente- “cambiará la naturaleza fundamental de los seres humanos”.

Si esto fuera cierto, el “nuevo hombre”, sin ser “hombre”, nacería –en efecto- como algo “nuevo”. ¿Pero es posible el nacimiento del “nuevo hombre”?

 

Bibliografía: Extracto del libro “La Danza Final de Kali” (El Nuevo Orden Mundial”. Editorial Ibn Asad.

 
 
   
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